We are all a little broken by findingthenow

Me lo decía siempre a risotadas, que no llegaría a los 50. La broma siempre era la misma. Con lo que iba a cobrar de jubilación, mejor muerta que en la calle. También solía añadir que no le apetecía durar más, que se negaba a sufrir la pérdida de un ser querido. “Mejor me voy yo antes.” Y así se quedaba siempre la cosa. Pero nunca variaba. No sé bien si era una decisión que había tomado, o algo que ya sabía. 

Siempre que nos encontrábamos, que era de uvas a peras porque le costaba salir y por eso la acabé tildando “caracol”, nos contábamos nuestras tragedias cotidianas y nos reíamos. Siempre acabábamos riéndonos.

Era mi amiga del alma. Nos conocimos en el trabajo. Ella cayó enferma y yo la sustituí. Hablé con ella antes de conocerla. Me explicó lo que debía hacer en su ausencia. Le preocupaba no haber dejado todo el material preparado. Así empezó nuestra amistad.

Nunca conocí un día en el que no sonriera. Le apasionaba el trabajo y, aunque su vida personal se desmoronaba, ahí estaba, feliz trabajando y jaleando a todos. Un torbellino de alegría. Pero detrás había algo más. Algo que, igual que yo, mantenía en secreto. Tenía que haberlo. Tanta alegría no podía ser normal. Algo tenía que estar roto.

Un día lloró. Se desplomó y toda esa alegría que aún lograba mantener en el trabajo, se esfumó. Pasó tres años malditos, perdida e insufriblemente triste. Fue muy duro verla así, y animarla era casi imposible porque se las sabía todas. No creía en las soluciones fáciles, no creía en los milagros y palabras alentadoras que nos vienen tan fáciles a la boca cuando tenemos que dar aliento a alguien.

Un día dejó de contestar mis correos. Un día se fue y quedó claro que no iba a adelantársele nadie, que no iba a empujar un carrito a la vejez. Ese día también morí yo un poquito y ella ya no me iba a poder consolar.

Todos estamos un poco rotos. O nos rompe la vida o nos rompemos solos.