Se había marcado una fecha de caducidad al cumplir los cincuenta. Lo tenía muy claro. Sólo lo compartió con un amigo e imaginaba que no se lo creía. Todos podemos marcarnos nuestra propia fecha de caducidad, a menos que la vida se nos adelante y nos imponga una más pronta.
Pero con lo que no contaba era con lo que el paso de esos últimos cuatro años le trajeron. Sus niñas y niños le dejaron claro que ella era importante para ellos y eso le hizo dudar y quizá cambiar de intención. No podía soportar la idea del daño que haría su desaparición autoimpuesta a esas criaturas.
Nunca se sabe lo que va a pasar, pero por unos instantes creyó que su fecha de caducidad se extendería más de un año, y todo por el inesperado cariño de sus niños.