Los grandes literatos, los pensadores, los filósofos siempre nos regalan sus reflexiones sobre el significado de la vida, ese acontecer que surca el tiempo entre el nacimiento y la muerte, ese devenir tan intangible, tan sutil, tan etéreo, que se sustrae a definiciones, que nos hace reflexionar y buscar siempre unas palabras que nos digan de qué se trata eso que llamamos vida y de qué va y qué sentido tiene.
Esa preocupación por la “vida” nos mueve a todos, en realidad, a los de a pie, a los que nos levantamos para ir al trabajo, a los que batallamos para llegar a fin de mes, a los que hemos leído poco, a los que no hemos ido a la universidad, a los que tenemos estudios superiores y hasta a los analfabetos. Ese desasosiego por captar la esencia de la vida, encerrarla entre palabras, pertenece al ser humano. Y nadie se escapa, especialmente a partir de cierta edad.