Ah… Ese tiempo que todo lo cura, y lo que no cura lo entierra. Volver a despertar sin angustias ni miedos y sin el corazón en un puño, ese tiempo, es dulce, aunque no llegue lo suficientemente rápido. La espera es amarga pero la recompensa de poder mirar atrás y reírse de las torpezas cometidas en nombre de la locura es un placer sin igual.
Yo he llorado de la risa en compañía de mis más queridos recordando tiempos que en su momento fueron una tortura. Y esto es el mejor regalo que nos puede dar el tiempo y la distancia. Algo que parecía ser el fin del mundo en tiempo pasado, llega a resultar una ridícula anécdota. Y cuando nos recordamos en aquella época, no parecemos reconocernos en ese papel absurdo. ¿Pero esa era yo? ¿Yo hice eso? ¿Pero estaba loca? Y llegan las risas y la incredulidad.
El tiempo avanza y en momento que creemos que no saldremos del agujero, sería imperativo poder evocar la realidad de que todo pasa. Debería ser un acto reflejo y así nos ahorraríamos tanto padecer inútil y sin sentido.
Pero nos toca meter la pata, equivocarnos, hacer el ridículo y reducirnos a veces a la imposible y vergonzosa tarea de ser un trapo. Un trapo temporal con el ego dañado. Y nos alejamos como perro con el rabo entre piernas a escondernos del mundo y así lamernos las heridas.